Somos producto de la interacción de energía y materia. La materia visible observable ha sido dejada en manos de la ciencia, y la energía en manos de las religiones.
El mundo de la ciencia trata lo filosófico o metafísico con cierta prepotencia, propia de mentes cerradas, que en ocasiones llegan a asemejarse a aquellos injustos tribunales inquisitoriales de la iglesia durante la Edad Media.
El estudio de escritos de grandes científicos y pensadores nos permite descubrir que, sin la interacción entre ciencia y espiritualidad, ninguno de los grandes progresos científicos y tecnológicos llevados a cabo por la humanidad hubiera sido posible.
Isaac Newton vivió convencido de que sus trabajos filosóficos y espirituales serían los que más iban a trascender, de hecho, en sus últimos años de vida los dedicó a trabajar sobre un mapa del rey Salomón. Los pasajes bíblicos más que una revelación divina reflejaban par él importantes principios y enseñanzas metafísicas.
La publicación de muchas de sus ideas espirituales como la interpretación del Apocalipsis, la negación de la Santísima Trinidad o su identificación de la iglesia de su época con la Bestia del Apocalipsis, le hubieran condenado a muerte como hereje.
Newton siempre trató de que sus conocimientos metafísicos nunca salieron a la luz. Incluso en siglos posteriores muchos de sus conocimientos continuaron y continúan confinados, porque el perfil de eruditos de la ciencia siguen creyendo que sus ideas filosóficas pueden dañar la reputación de este gran sabio.
¿Dónde estaría la humanidad si todo lo hubiera que tenido que probar experimentalmente? Tratemos de imaginar que responderían aquellos científicos que tanto han contribuido al progreso de la humanidad, de aquellos que hicieron posible y permitieron tener la posibilidad de encender la luz todos los días, desde las minas de carbón de la época en que se descubrió hasta los actuales hogares, o de permitir las comunicaciones a distancia entre todos los que formamos la familia humana.
¿Responderían Newton, Faraday, Maxwell o el mismo Einstein que la intuición no es inteligente y que es algo propio de ignorantes?
Qué opinarían nuestros antepasados de poco más de un siglo si hoy resucitaran y les intentáramos explicar que, en lo que llamamos vacío, ahora podemos afirmar que está lleno de ondas invisibles transportando nuestras palabras, escritos y vivencias.
Nos tratarían como a aquellos locos de su época que hablaban de la existencia de ciertas energías o espíritus invisibles vagando en ese espacio vacío del Universo.
¿No continúan siendo las personas de mentalidad cerrada las que empujan a la humanidad a consecuencias tan radicalmente opuestas a las del progreso que hicieron posible aquellos que llamaron locos?
Las mentes más abiertas creyeron en la posibilidad de ese espacio absoluto del campo o éter que lo impregna todo con sus líneas de fuerza, e incluso pensadores como Newton o Faraday lo intuyeron antes de demostrarse la existencia y la propagación de ondas electromagnéticas.
En oriente como en occidente, la metafísica entendida como visión del funcionamiento del mundo, se fundamenta en una relación comunicativa con lo sobrenatural.
En la espiritualidad oriental destaca la conciencia de unidad e interrelaciones que se dan entre todos los elementos componentes y hechos de la realidad, compartiendo un mismo Campo Unificado.
Para los cristianos, la comunicación sobrenatural se establece desde nuestra alma alineada con la vibración de Dios, a través de una especie de propagación de ondas de nuestra alma hacia Dios sintonizando con su energía que representa luz para nuestra oscuridad.
La conexión comunicativa enseñada por Jesús coincide plenamente con las bases metafísicas orientales.
JESÚS DE NAZARET
Jesús no existió siempre, sino que fue creado por Dios y por tanto es diferente en nivel de divinidad, sin embargo, la Iglesia desde la creencia trinitaria ha interpretado un Jesús al que adorar perdiendo en gran medida el verdadero valor y enseñanza de Jesús de Nazaret.
Jesús constituye una especie de satélite mediador que posibilita una transformación donde el Dios Universo se vuelve de naturaleza “humana”, y el ser humano adquiere una cierta naturaleza “divina”.
Muchas instituciones religiosas se recrean en paradigmas obsoletos del pasado, del cielo-infierno, blanco-negro, rojos-azules... y desde esta mentalidad continúan poniendo en valor la existencia de un dios representado por una especie de padre castigador similar al modelado por la sociedad patriarcal.
Históricamente en nombre del cristianismo, las religiones han dado muestras de una forma de identidad carente de la más mínima espiritualidad. Sin embargo, transcurridos más de dos mil años del nacimiento de Jesús de Nazaret, la espiritualidad y metafísica que nos enseñó continúa vigente, constituyendo una válida y verdadera fuente de saberes y respuestas para los seres humanos.
Las palabras que más repitió Jesús de Nazaret en sus enseñanzas fueron que nos mantuviéramos alegres y contentos (vibrando en positivo) y que transformaramos las vibraciones negativas que genera la emoción del miedo en un sentimiento de confianza.
Muchas interpretaciones religiosas sobre Jesús de Nazaret han inspirado a sus fieles en el amor al prójimo, limitando al mismo tiempo, el amor de las personas a sí mismas y a su propio empoderamiento.
Detrás de estos sesgos religiosos muchas personas bien intencionadas recorren proyectos de vidas carentes de sentido, atrayendo y manifestando tristeza, pobreza y limitaciones en las diferentes áreas del amor, la economía o la salud, señales inequívocas de manifestación de los frutos con los que conocer verdaderamente quienes somos interior y espiritualmente.
Son muchas las personas que creen que los resultados científicos evidencian una postura atea, sin embargo, hasta ahora la verdadera evidencia es que nadie ha podido demostrar la imposibilidad de la existencia de un Dios o Energía que nos puede trascender.
Las diferentes religiones coinciden en que hemos sido creados para una realidad más grande, para vivir conectados y en comunión a Dios, y de esta forma llenar los anhelos más profundos del corazón humano.
Joan Egea Barber.