Alegría de vivir y edadismo

POR JOAN EGEA BARBER
10/04/2023

Alegría de vivir y edadismo

El aumento de personas adultas mayores o ancianas alrededor de todo el mundo requiere de un mayor y mejor conocimiento, para lograr evitar muchos de los prejuicios discriminatorios que existen sobre ellas.

La discriminación por edad de las personas adultas mayores es una realidad cargada de prejuicios y estereotipos ocultos y silenciados en una sociedad donde el culto a la juventud contrasta con una vejez, que en general, es temida y despreciada por quienes aún no han llegado a ella.

El paradigma de oposición y polarización dominante en nuestra sociedad (rojos-azules, derechas-izquierdas, viejo-joven…), contrapone conocimientos tradicionales de los mayores, frente a saberes modernos de los jóvenes, como si el aprovechar unos necesariamente implicara negar los otros. Esta mirada no sistémica frena en gran medida el progreso y desarrollo de nuestra sociedad.

Desde el desconocimiento nacen estereotipos o ideas inmutables aceptadas comúnmente y los prejuicios en forma de opiniones desfavorables, que contrastan con la objetividad sistémica, basada en una percepción profunda de los hechos y la realidad, que nos permite la elaboración de un punto de vista crítico y propio, incompatible con esa especie de cortocircuito mental que supone el prejuicio y los estereotipos.

Las series de televisión, la publicidad o el cine, entre otros, son ejemplos de este proceso de construcción social. Son reflejo de la realidad que los origina, pero también son creadores de prejuicios y estereotipos culturales.

De este modo, la vejez llega a ser percibida por muchas personas como una etapa totalmente negativa, pero la realidad es que esta etapa como cualquier otra de nuestra existencia, posee características tanto positivas como limitadoras.

La persona mayor posee una variedad de experiencias, conocimientos y saberes que no puede tener una joven. Si la sociedad pone en valor solo lo físico, son evidentes las limitaciones de la persona mayor, pero si comenzamos a considerar a la persona como la realidad biopsicosocial y espiritual que es, entonces todo cambia.

No somos conscientes del daño que llegan a generar estas imágenes negativas y prejuicios relacionados con las personas de la tercera edad. A continuación, se muestra una relación de algunas de estas inaceptables falsedades sobre las personas adultas mayores o ancianas:

  1. La ancianidad comienza a los sesenta y cinco años. La ancianidad no comienza a una edad cronológica uniforme sino variable e individualizada. El considerar anciana a toda persona de más de 65 años tiene una explicación arbitraria y poco racional.
  2. Todos los viejos se asemejan. El envejecimiento es un proceso muy diverso y existen grandes diferencias entre los individuos. Las cosas por lo general no son tan oscuras como la mayoría de gente espera.
  3. Los mayores son inflexibles e incapaces de cambiar y adaptarse a nuevas situaciones. En la vida de toda persona el contacto ante las nuevas situaciones que nos toca vivir nos lleva a nuevos planteamientos que no teníamos previstos y a realizar continuas adaptaciones. Muchos mayores no solo son capaces de adaptarse continuamente a nuevas situaciones, sino que nos enseñan a través de su ejemplo, dando muestras de serenidad, coordinación y visión de futuro, ante la continua toma de decisiones.
  4. Existe una progresiva retirada de los intereses de la vida. A muchos mayores no solo les siguen interesando los diversos ámbitos sociales y familiares, sino que además en esta etapa participan aún más en las distintas ofertas que brinda la sociedad. Pueden continuar desarrollándose en diferentes ámbitos y ser muy productivos pues su experiencia genera un saber, saber ser y saber estar, que son ejemplos y guía para los componentes de su familia y, por consiguiente, para el resto de los ciudadanos.
  5. Las neuronas paran su desarrollo en la infancia. La neurociencia ha demostrado que nuestro cerebro posee la capacidad de regenerarse y rejuvenecerse. En contra de antiguas creencias se ha demostrado que las neuronas siguen creciendo durante toda la vida. Cicerón en el año 44 a. C. consideraba los viejos como transmisores de conocimientos que debían quedarse en el mundo para guiar a las generaciones futuras, poniendo de manifiesto que, con el paso de los años, se acumulan experiencias. La edad lejos de desacreditar a las personas aumenta sus aptitudes.
  6. El envejecimiento está asociado con el declive cognitivo. Aunque el riesgo de algunas enfermedades crónicas aumenta con la edad, la mayoría de las personas ancianas mantienen una salud y un funcionamiento cognitivo bastante buenos. La realidad nos muestra cada vez más personas ancianas que tienen ganas de vivir y que son capaces de dar espacio al amor y a la belleza, cultivan el buen humor y tienen pensamientos positivos, todo ello influye de tal manera sobre la mente que no da cabida a síntomas de declive cognitivo hasta una edad muy avanzada y, frecuentemente hasta la muerte.
  7. La persona adulta mayor es conservadora y depositaria de la tradición. La realidad es otra, cada persona refleja la esencia de su personalidad a medida que cumple años. La sociedad en la que vivimos está sometida a continuos cambios, lo cual conlleva que todos tengamos que adaptarnos continuamente. La apertura de miras y comprensión de los nuevos acontecimientos y formas de vida no depende de la edad, sino de la mentalidad que hemos venido desarrollando a lo largo de la vida.
  8. La vejez supone el fin de la sexualidad y de las posibilidades de enamorarse. Con la edad no desaparece la sexualidad. La sexualidad prolongada en la ancianidad es fuente de salud y de felicidad. No debería tolerarse el rechazo que produce el hecho de que personas adultas mayores se enamoren. La actitud emocional, la capacidad que cada uno tiene para amar, el interés sentimental por otras personas y las relaciones sexuales no solo se mantienen con la edad, sino que en muchos aspectos aumentan, aunque las manifestaciones son diferentes. A medida que cumplimos años, el cariño, el sentirse querido, cuidado y mimado, es una necesidad. Las vivencias afectivas son básicas para el equilibrio emocional de la persona.

Todos conocemos o nos hemos sentido personas jóvenes viejas viviendo vidas mediocres, aburridos, sin tener nada que hacer que nos ilusione. También existen personas mayores juveniles que son aquellas que tienen cosas por realizar y que, a su vez, tienen la vivencia de que lo que hacen sirve para algo.

La alegría de vivir da vida a los años y alarga la vida y tanto más cuanto más ilusionada y apasionadamente se vive. No hay que confundirla con divertirse y distraerse, esto es bueno, pero la alegría de vivir es algo más profundo.

La calidad de vida, que no es más que saber vivir, no se mide por indicadores económicos, sino con todo aquello que hace feliz a una persona y la hace sentir autorrealizada.

La persona negativa pesimista tiene su selector de frecuencias y su antena orientada en la dirección que le lleva a captar preferentemente lo negativo que tiene la vida (que sin duda son muchas cosas). Pero ¿de qué le sirve? Las vibraciones negativas de tristeza, desesperanza y angustia son energías que no solo se instalan en nuestro ser y lo desequilibran, sino que, además, las vamos contagiando a los demás.

Los pesimistas perciben la vejez como una etapa de decadencia, donde prevalece el dolor, el malestar, la carencia económica, la frustración… como una etapa en la que se ha de vivir esperando la muerte.

La persona optimista percibe la vejez como una etapa de nuevas posibilidades, en la medida en que puede llegar a ser un momento de alegría, de equilibrio, de paz y de bienestar personal y social.

El pensamiento positivo nos ayuda convertirnos en optimistas, lo cual no significa que seamos ingenuos o fantasiosos creyendo que todo irá bien en el futuro. La positividad nos permite mostrar un modo alternativo de enfrentarnos a las situaciones problema, caracterizado por recorrer nuestros planes de acción, tratando de ver el lado bueno de las cosas, avanzando paso a paso con perseverancia, confiados y esperanzados de alcanzar nuestras metas.

Al describir el poder del optimismo y la alegría de vivir, muchos pueden pensar que estamos defendiendo la posibilidad de una existencia placentera y feliz, viviendo cada momento en una especie de estado de gracia donde no existan ni sobresaltos, ni personas angustiadas. Pero nada más lejos de la realidad.

Somos conscientes de que nuestro mundo es un lugar donde coexisten las tristezas y las alegrías de vivir, donde se mezclan las luces y las sombras, las grandezas y las miserias. Ninguna persona está exenta del dolor, el sufrimiento, los conflictos y asuntos que les agobian.

Es precisamente por todo ello, que hemos de desarrollar el poder del optimismo y la alegría de vivir, porque nos ayuda a vivir la vida con intensidad, eleva nuestro magnetismo personal y al mismo tiempo nos permite contagiar nuestras energías de entusiasmo a los demás. Lo cual en nuestros días supone, posiblemente, la mayor contribución que podemos realizar para transformar nuestra realidad social y lograr un mundo mejor.

Joan Egea Barber

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